Al despuntar el alba los tristes lamentos de las campanas tañen a difunto, anunciando al tormentoso cielo que aquella que era querida ha muerto. Atrás quedo la larga noche tiñendo la dolorosa madrugada del amargo recuerdo de su agonizante cuerpo tendido sobre la desvencijada cama.
Dura ha sido la derrota al final de tan cruenta batalla, quebrados huesos fueron las espadas con las que el alma hizo frente a la bella encapuchada.
Afuera, llovían lágrimas de plata; en la penumbra de la estancia, aquella vida se apagaba; en mitad de la noche los vientos por ella suspiraban.
Hoy el día viste de luto su cara cuando, en silenciosa procesión, llevan a hombros su cuerpo yerto, con sombras en sus rostros, rabia en sus almas y una luz apagada en sus miradas.
Allá la llevan caminando entre cipreses, allá van por calles de muertos bajo losas de piedra, lentamente como almas en pena, buscando del porqué la respuesta.
Del panteón en la cabecera, dos ángeles y una reina de facciones limpias y serenas, ocultando su doloroso llanto tras la bella máscara de piedra.
Ahora el tiempo se ha parado, ahora el último adiós llega a su punto más alto; las hermosas flores de la ciudad de los muertos se marchitan, los pájaros su trino han acallado.
Las últimas palabras retumban en los oídos de miles de cristalinas miradas, en este día sin sombras en el que la vida se vuelve una carga más pesada.
Vivió y se hizo querer, quiso he hizo vivir, murió y el mundo de ella se despidió; yo sin embargo me niego a decir esas palabras que significan adiós.
Bajo la lluvia, en esta soledad, revivo melancólicamente los recuerdos
guardados en el corazón, porque esa es la manera de dar vida eterna y no tener
que decir adiós.
Dura ha sido la derrota al final de tan cruenta batalla, quebrados huesos fueron las espadas con las que el alma hizo frente a la bella encapuchada.
Afuera, llovían lágrimas de plata; en la penumbra de la estancia, aquella vida se apagaba; en mitad de la noche los vientos por ella suspiraban.
Hoy el día viste de luto su cara cuando, en silenciosa procesión, llevan a hombros su cuerpo yerto, con sombras en sus rostros, rabia en sus almas y una luz apagada en sus miradas.
Allá la llevan caminando entre cipreses, allá van por calles de muertos bajo losas de piedra, lentamente como almas en pena, buscando del porqué la respuesta.
Del panteón en la cabecera, dos ángeles y una reina de facciones limpias y serenas, ocultando su doloroso llanto tras la bella máscara de piedra.
Ahora el tiempo se ha parado, ahora el último adiós llega a su punto más alto; las hermosas flores de la ciudad de los muertos se marchitan, los pájaros su trino han acallado.
Las últimas palabras retumban en los oídos de miles de cristalinas miradas, en este día sin sombras en el que la vida se vuelve una carga más pesada.
Vivió y se hizo querer, quiso he hizo vivir, murió y el mundo de ella se despidió; yo sin embargo me niego a decir esas palabras que significan adiós.
Bajo la lluvia, en esta soledad, revivo melancólicamente los recuerdos
guardados en el corazón, porque esa es la manera de dar vida eterna y no tener
que decir adiós.